Evangelio Dominical – X Domingo del tiempo ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,11-17:

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.» Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.


Comentario

Evangelio (Lucas 7,11-17): La muerte llorada, la muerte vencida

El relato de la «resurrección» o mejor, de la «vuelta a esta vida» del hijo de la viuda de Naín tiene una peculiaridades que llaman la atención. Su tono bíblico, sus efectos deben resaltarse por encima de cualquier otra lectura. Es una aldea que sale únicamente aquí en toda la biblia. El entierro del joven y su cortejo no tiene parangón, ya que la madre, viuda por más señas, es la estampa más dramática que podíamos imaginar. No era frecuente que la mujeres formaran parte del cortejo judío… por tanto es importante el encuentro entre Jesús y la madre viuda. Es, además, elocuente que Jesús se compadezca de esta situación y para ello se usa el verbo «conmoverse» (splagchnizomai) que encontramos en el relato del Samaritano (Lc 10,33), siendo también la expresión para el padre de la parábola del hijo pródigo (Lc 15,20). Jesús se acercó y tocó el féretro ¿era necesario? Se ha visto aquí un signo de cómo Jesús no teme quedar impuro por tocar a un muerto (aunque sea el féretro). Pero es su palabra lo que hace que el joven se levante. Y es especialmente significativo cómo el joven «comenzó a hablar» y Jesús se lo entregó a la madre. La semiótica, es decir, los signos y símbolos del relato tienen su fuerza y su sentido. Jesús le entrega a aquella viuda todo lo que ella tenía para vivir, su hijo, que podría ganar el pan de nuevo para los dos.

Desde esta lectura semiótica, podríamos entender que aquí no sea exclusivo el sentido del milagro, del prodigio, o que el título de «profeta» con que se aclama a Jesús al final se entienda solamente como un taumaturgo, al estilo de Apolonio de Tiana y otros «taumaturgos» de la época. Jesús es profeta de la muerte y de la vida. De la muerte porque la afronta con la fuerza de quien está seguro, cree, que debe ser vencida por la vida. Es una manera, una lección de aproximarse a la muerte sin el espanto y el miedo con que muchas veces se afronta. Es verdad que el relato presenta a Jesús en su humanidad; «se conmueve» ante el dolor de una madre, porque la muerte se debe llorar; pero también se debe asumir y se debe resucitar’. Pero en realidad el profeta de Galilea todavía no puede «resucitar» a alguien en el pleno sentido de la palabra. Lo que hace es «devolver a esta madre su hijo, su apoyo… porque no tiene otra cosa». Esto es todo un símbolo de la misma humanidad del reino… pero hubo otros muchos muertos que Jesús no devolvió a la vida y a los que «devolvió», según los relatos de milagros, les esperaba de nuevo la muerte. La aclamación de la gente: «Dios ha visitado a su pueblo» es muy bíblica (cf Le 1,68.78; Hch 15,14; o Ex 32,34; Sal17,3; ls 10,12; Jr 9,24; Zac 10,3) y se usa para hablar’ de una acción salvadora y liberadora de Dios. Eso es lo que se quería mostrar especialmente, más que un simple poder taumatúrgico.

Teológicamente hablando, cuando la catequesis nos solicita hablar de la «resurrección», no podernos caer en el equívoco de presentar la resurrección del hijo de la viuda de Naín o la de Lázaro, como si estuviéramos hablando de la resurrección de Jesús y de todos los muertos. No es posible, aunque el término para hablar de cómo el muchacho se «levantó» (egeiró), ponerse en pie, sea el mismo que se usa para hablar de la resurrección de Jesús en las experiencias pascuales (Le 24,6.34). No obstante, debernos tener muy presente que la resurrección de Jesús es mucho más que la mera reanimación de un cadáver (a lo que con frecuencia se la reduce en el imaginario popular y en ciertas teología): existe una disparidad absoluta entre la resurrección de Jesús y la resurrección de Lázaro o la del hijo de la viuda de Naín, aunque tantas veces se hayan identificado agrupándolas bajo la categoría, puramente apologética, de milagro. En realidad, Lázaro o el de Naín, al revivir; retornan hacia el pasado de la vida terrena, hacia la existencia cotidiana, mientras que la resurrección de Jesús significa el avance absoluto hacia el futuro sin retorno, hacia Dios Padre como meta última a la vez que origen primero de su caminar histórico. Se trata, pues, de dinamismos contrapuestos. De Lázaro o del Naín podemos decir que reviven o son «reanimados»; de Jesús hay que decir mucho más: es «consumado» (cf. Jn 19,30), ya que por su muerte y su resurrección alcanza la meta suprema de la plenitud y la consumación total.


Fray Miguel de Burgos Núñez

Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura