Evangelio Dominical — IV Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, Porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de DIOS. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»


Comentario

El primer gran discurso del evangelio de Mateo (5-7) es muy sintomático en la obra, por su estilo y por su significado, pues se trata, nada más y nada menos, que del Sermón de la Montaña. Hay una intencionalidad en presentar en esta “escuela judeo-cristiana” la predicación de Jesús en esos famosos discursos (los otros son: cc. 10; 13; 18; 24-25), que recuerdan los cinco libros del Pentateuco (la Torah judía). Pero ciñéndonos al texto de hoy, lo más relevante es el comienzo de este primer discurso por las famosas “bienaventuranzas”. Eso quiere decir –en continuidad con el texto elegido el domingo anterior-, que el reinado de Dios se asienta, pues, sobre las bienaventuranzas. No debe caber la menor duda. Son fórmulas clásicas de la tradición oriental y bíblica, como anuncio profético de cómo debe ser el futuro. Por lo mismo, como Dios quiere reinar desde su voluntad soberana, entonces debemos entender que en este texto se ha querido mostrar cuál es la voluntad de Dios en su “reinado”.

Es casi unánime la opinión de que el texto de las bienaventuranzas procede del “Evangelio Q” como a algunos gusta llamarlo hoy. No podemos entrar ahora en detalles sobre Q, que está en plena actualidad a la hora de acercarnos a las fuentes del Jesús histórico. [Quiero citar dos estudios de síntesis muy al alcance de todos. S. GUIJARRO, Dichos primitivos de Jesús. Una introducción al “proto-evangelio de dichos Q”, Salamanca, 2004; A. VARGAS-MACHUCA (Coord.), La fuente “Q” de los evangelios, Reseña Bíblica, n. 43, Otoño 2004, Verbo Divino, Estella (Navarra), en estos dos estudios podemos encontrar información y la bibliografía de los últimos años]. Esto ha de valernos como referencia puesto que hoy están casi resueltos algunos pormenores: Q tuvo que ser un documento escrito; no eran simplemente tradiciones orales que tenían a mano los profetas itinerantes; a pesar de sus arameísmos, Q se escribió en griego; casi la totalidad de Q se conserva en los evangelios de Mateo y Lucas (se deduce de los 230 versículos en común de ambos evangelios); el orden original de Q está bien reflejado en el evangelio de Lucas y es ese orden el que se usa para citar técnicamente el contenido de Q. El texto de las bienaventuranzas lo tenemos en Lucas con un tono más escueto, dialéctico, radical. No tienen ese carácter interiorista, casi de virtud a conseguir, como en el caso de Mateo (Mt 5,3-11), sino que miran a la situación externa y social de lo que se ve con los ojos y se palpa con las manos. En el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.

Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hace con el Sermón de la Montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones; viene del hebreo hôy y en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas (Lc 6,20-23). Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto.

En definitiva, el evangelio de Mateo (5,1-12), concretamente las bienaventuranzas, es la expresión de la mentalidad de Jesús de cómo debemos entender la llegada del Reino de Dios. ¿Son una utopía que propone Jesús, sin visos de realidad? Esa sería la respuesta fácil. No obstante, las utopías (lo que está fuera de los normal), no se proponen para soñar sino para vivir con ellas y desde ellas. La ética de las bienaventuranzas, pues, requiere nuestra praxis. Jesús habla así, no solamente porque soñaba, sino porque las vivía desde su propia experiencia personal y desde ahí sentía la fuerza de Dios y del evangelio con el que se había comprometido. Lo importante es su mensaje, que no puede ser distinto de algo así: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres, y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los limpios de corazón, de los perseguidos por la justicia, de los que hacen la paz, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere ni puede revelarse en el mundo de los ricos, del poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Y por ello ¿dónde debemos estar los cristianos? En el mundo del no-poder, que es el de las bienaventuranzas.

Podemos añadir algo que nos parece muy pedagógico e imprescindible y que tiene que ver con la praxis misma de las bienaventuranzas. J. Mateos traducía la primera bienaventuranza de la siguiente forma “los que eligen ser pobres porque esos tienen a Dios por rey” y así lo plasma en su edición del NT. Lo justificaba (cf El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Cristiandad, Madrid, 1981) muy acertadamente, porque, en definitiva, no se puede ser “pobre de espíritu” o “en el espíritu” buscando simplemente una interioridad, sino que la opción por la pobreza frente a la riqueza es un reto frente a este mundo de competencia y de injusticia. Pero deberíamos decir, ya un poco fuera de la literalidad del texto y de la posibilidad de la traducción, que esta “opción” de “elegir” debe ser la tónica de todas las bienaventuranzas de Mateo. Y esto es lo que los cristianos deben “elegir” para ser solidarios con los que viven esas situaciones reales. Porque las bienaventuranzas de Jesús se inspiran en la situación inhumana que viven muchos hijos de Dios y es en ese mundo de las bienaventuranzas donde Dios se siente el Dios vivo, el Dios de verdad. Por eso los seguidores de Jesús debemos “elegir”, como opción radical, ese mundo de las bienaventuranzas para que la fuerza liberadora del evangelio cambie ese mundo.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura