Evangelio Dominical – XXI Domingo del tiempo ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
– «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
– «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó:
– «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
– «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.


Comentario

III.1. El evangelio de hoy es uno de los textos más específicos de la teología de este evangelista. El simbolismo de las llaves, de atar y desatar, se aplica ahora a Pedro, el apóstol que habría de negar a Jesús. ¿De dónde nacen estas palabras, cuyo fondo arameo es innegable? Mc 8,27-29 no contiene las palabras sobre las llaves, lo cual resulta ciertamente extraño. Mateo nos ofrece una verdadera confesión de fe de Pedro en sentido pospascual y unas palabras de Jesús otorgándole un poder precisamente por esa confesión de fe. Por lo tanto, ese poder, en lo que se refiere a la comunidad de Mateo, tiene que ver con una promesa y función en la Iglesia. Este es uno de los textos más discutidos en torno al «primado» de Pedro y sus sucesores.

III.2. El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras sobre el “primado”. Es evidente que la tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que significa “roca”. El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo, no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo. Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su ministerio. Se seguirá discutiendo si las palabras de Jesús sobre la “piedra” se refieren a la persona de Pedro, o a la confesión que Pedro proclama (no olvidemos que es una confesión pospascual en toda regla). Pero aquí se funda, en la tradición católica, el primado y la misma “infalibilidad” papal. Pero ¿de qué valdría la «infalibilidad» si solamente se tiene en cuenta lo doctrinal?, porque la doctrina cambia con el tiempo en expresiones y en comprensión. Esta «vexata quaestio» no debería ser el fondo del texto de Mateo, sino precisamente la necesidad que tenemos de vivir en la «comunión» de la fe que nos salva, más que en la afinidad doctrinal. La Iglesia, pues, no se fundamenta sobre la doctrina, sino sobre la fe de Pedro, que es un misterio de confianza (emunah) en la palabra de Jesús, quien nos ha revelado la salvación de Dios. Ni el mismo Pedro sería nada sin la confesión de su fe en Cristo e Hijo de Dios (con todo lo que ello implica), ni la Iglesia tendría sentido sin el Cristo e Hijo de Dios confesado por Pedro. Pedro, por ello, no está situado por encima de la Iglesia, sino que recibe esa misión y lleva a cabo ese servicio en el seno de la misma comunidad a la que sirve con la confesión de su fe.

III.3.El texto de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes y no lo debemos ignorar. Todavía en ello debemos tener grandes expectativas ecuménicas, con la esperanza de los pasos que hemos de dar con las respectivas interpretaciones que corresponden a las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los católicos siempre interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. ¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.

III.4.Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego, tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se hace frecuentemente, sobre los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús, como si estas nos llevaran directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega de estas palabras es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos ante la teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús histórico. Y eso sin entrar en la discusión, hoy no tan relevante, de si las palabras del “tu es petrus” son una interpolación posterior como defienden algunos especialistas.

III.5.Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En Cristo, claro está (cf 1Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo, no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los que son recalcitrantes y rompen la comunión.
III.6. En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la “infalibilidad” doctrinal, sino al servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeo-cristiana que necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa. Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura