Lectura del santo Evangelio según San Lucas 18, 1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
–Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario»; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».
Y el Señor respondió:
–Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
Comentario
1ª) ¡Jesús, en diálogo permanente con su Padre, modelo de oración!
Los evangelistas (Lc 2,39-30; Lc 6,12) certifican de que Jesús quiso someterse a un verdadero proceso de crecimiento. Ese crecimiento interior cuaja, sobre todo, en la experiencia de oración habitual. Los rasgos que aparecerán en su vida de ministerio no fueron improvisaciones. Jesús vivió una experiencia única de relación con su Padre. Acostumbraba a tratar con Él en diálogo fluido, contemplado como su Papá, con lo que de comunión, cercanía, obediencia y ternura quiere expresar esta denominación. Un día nos revelará y nos concederá también a nosotros ese mismo derecho. La oración de Jesús era dinámica, viva, compartida. Los hombres estaban siempre en su corazón cuando dialogaba largamente con su Papá. La oración de Jesús era íntima, pero no intimista. Era personal, pero no egoísta. Era profundamente mística, pero de ninguna manera gnóstica. También en su oración era el hombre para los demás. Jesús nos descubre que orar (como amar) es la tarea más noble del hombre. Porque orar es fruto del ejercicio gozoso del amor y de la confianza. Jesús fue un maestro de excepción y, en realidad, inimitable en perfección.
Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso una parábola. Se puede afirmar con certeza y adecuadamente que Jesús es el mejor maestro de oración de la historia. Puede aconsejar e instar a sus discípulos a que oren siempre y sin descanso. Puede enseñar con autoridad sobre la oración (como sobre todos los asuntos que conciernen al discipulado y al Reino de Dios) tanto en el hecho de realizarla, en la forma de llevarla a cabo y en el contenido de la misma. Denuncia a los fariseos el modo de hacer su oración, pero no el hecho ni la realidad (Mt 6,5ss). La oración constante y habitual es posible y necesaria. Para ilustrar su enseñanza, como solía hacer en otras ocasiones, propone una parábola. Observemos que se trata de una parábola que quiere iluminar todo el conjunto de la realidad oracional.
2ª) ¡La oración pone en acción todos los valores íntimos!
Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra? Dios, Padre lleno de ternura, escuchará a sus hijos cuando se dirigen a Él y le gritan día y noche. La oración sólo es posible en la experiencia profunda de Dios como Padre y en el ejercicio de los grandes dones que hemos recibido. La fe entendida como un encuentro personal entre el hombre y Dios, todavía en el claroscuro del camino, prepara el campo para ese ejercicio y experiencia. Cuando el hombre experimenta la realidad de la Bondad de Dios y su Poder bienhechor mediante la virtud de la esperanza, se abre a ese Dios y saborea la seguridad y la certeza de encontrarse con Él más tarde, cara a cara, aunque ahora todavía impulsado por el deseo no por la visión. Pero, sobre todo, es en la experiencia de la caridad donde el discípulo puede abrir plenamente su intimidad y realizar constantemente el trato de amistad sincera con su Padre. Comienza experimentando que es verdad que Dios ama a los hombres y que, en consecuencia, podemos amarle a Él. En ese clima vital imprescindible es donde se puede desarrollar una auténtica oración cristiana (porque Jesús es siempre el Mediador y el Camino) (puede leerse 1Jn 4,7-19). Bien es verdad que el hombre no se siente seguro ante este panorama que se le abre de poder dialogar amistosamente con el Padre, con su Hijo y con el Espíritu. Por eso nos recuerda Pablo: Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Pues bien, vosotros no habéis recibido un Espíritu que os haga esclavos, de nuevo bajo el temor, sino que habéis recibido un Espíritu que os hace hijos adoptivos y os permite clamar: «Abba», es decir, «Padre». Ese mismo Espíritu se une al nuestro para dar testimonio de que somos hijos de Dios… Asimismo el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables (Rm 8,14ss). Por tanto, para realizar la oración es necesario poner en acción todo los dones que poseemos.
Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)