Evangelio Dominical – XX Domingo del tiempo ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,49-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»


Comentario

¡Encender el fuego en el mundo, tarea principal de Jesús!

La imagen del fuego está relacionada con la espera escatológica*. Es una imagen que acompaña en las descripciones habituales que presentan los signos del fin. El propio Bautista recurre a ella en su predicación de marcado sabor escatológico también (Lc 3,16-17). La predicación de Jesús estaba intensamente coloreada por la espera y realización escatológica. Se trata de un fuego purificador en primer lugar: es necesario que la humanidad sea acrisolada al fuego para entrar en la gloria. También tiene el aspecto destructor. La relación de fuego y bautismo sugiere igualmente la idea de la regeneración total. No olvidemos que en este itinerario hacia Jerusalén, Jesús quiere instruir de modo peculiar a sus discípulos. Esta enseñanza va dirigida especialmente a ellos: el destino de Jesús es pasar por el fuego y el bautismo de su muerte y resurrección para hacer presente en el mundo el fuego purificador para siempre y ofrecer un bautismo que transforme a la humanidad. Estas imágenes, por tanto, nos invitan a comprender el mensaje de Jesús a sus discípulos de forma y que alcance a todo el ser del hombre.

¡Jesús es un signo de contradicción, una bandera discutida y un valor absoluto!

¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. Hemos de habituarnos al estilo paradójico de Jesús. Una lectura precipitada de estas expresiones podría conducir a una comprensión desviada de sus palabras. Jesús proclamó dichosos a los promotores de la paz; se opuso a la violencia. La sangre de su cruz establece la reconciliación y la paz entre todas las cosas y entre los hombres y Dios. La paz es uno de los bienes fundamentales que se esperan para la etapa central de la salvación, porque la paz sintetiza todos los bienes de la salvación. El Dios de Jesús es un Dios de paz y no de aflicción o de guerra. ¿Cómo entender entonces estas palabras? En la Biblia hay diversos géneros literarios y uno de ellos es el uso de la paradoja. Jesús, que es el Príncipe de la paz, afirma que no ha venido a traer la paz. Cuando Jesús pide, como condición para seguirle, que hay que negarse incluso a sí mismo, o cuando dice que no es digno de él quien no le prefiere, incluso a los seres familiares más queridos, está suscitando una elección radical. En una misma familia puede haber miembros que se deciden por el seguimiento y otros no. ¿Qué ocurre entonces? Que se produce una criba, una división, no querida directamente por Jesús, sino resultado de la opción tomada por el discípulo que decide seguirle. Es decir, el seguimiento de Jesús provoca muchas oposiciones. Jesús es una bandera discutida. Simeón lo había afirmado en la presentación del templo (relato de la infancia, Lc 2), donde leemos una página entendida retrospectivamente. La prueba definitiva de que Jesús fue rechazado por su pueblo es que fue condenado a muerte en cruz (cf. Jn 7 y 8: en ambos capítulos aparece por once veces que la vida de Jesús estaba en grave peligro de muerte; en ellos se subraya la labor de juicio y de criba que provoca la palabra y los gestos de Jesús).

Es, por tanto, una verdad extendida por todo el evangelio que la persona, las palabras y los gestos de Jesús, que vino a establecer la definitiva paz entre los hombres, y entre Dios y los hombres, de hecho lleva consigo la división por la exigencia de la opción tomada frente a él. División no querida, pero inevitablemente producida. Jesús es un valor absoluto que está incluso por encima de la sagrada institución de la familia.. Este evangelio sigue siendo vivo hoy, pero encuentra no pocas dificultades. No es fácil compaginar la seriedad del seguimiento de Jesús, así presentado y planteado, y la cultura de los hombres de hoy. ¿Hablaría de la misma manera, propondría las mismas exigencias, se arriesgaría de la misma manera si Jesús viniese hoy al mundo como lo hizo entonces?… La respuesta es que el Evangelio es único y para siempre y que, por tanto, Jesús es único y para siempre: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre (Hb 13,8).


Fr. Gerardo Sánchez Mielgo

Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)